En la vida todos tenemos que superar problemas y obstáculos. Vamos a co- meter errores y las cosas no saldrán como esperábamos. Cuando te enfrentas a dificultades, ¿qué sueles hacer o pensar? ¿Te desesperas y no haces nada que te lleve a la solución o pones manos a la obra para cambiar lo que tengas que cambiar?
¿Lo interpretas como fracasos personales o lo ves como oportunidades para crecer? ¿Crees que es algo muy negativo que solo te sucede a ti o que es un desafío normal de la vida? Si en todas estas situaciones has puesto manos a la obra, quiere decir que tienes buena resiliencia.
La palabra resiliencia deriva del inglés “resilience”, que significa “resistencia”. Pero para los psicólogos, este término es mucho más amplio y no implica solo resistir, sino también tener la capacidad de adaptarse a un acontecimiento difícil con flexibilidad y sobreponerse a él.
La resiliencia es un ingrediente muy importante para la reinvención personal, ya que se van a dar momentos difíciles y frustrantes, para los que un “sí puedo” no bastará. También habrá que estudiar la situación de una manera objetiva para tomar la decisión más adecuada y no bloquearse en el proceso. Una persona con una buena resiliencia analiza la situación lo más objetivamente posible sin minimizar ni exagerar las adversidades. Su foco de atención y energía está en encontrar una solución sin caer en el vicio de buscar culpables.
¿Cuáles son las claves para tener una buena resiliencia?
Las personas que tienen buena resiliencia son capaces de resolver los problemas. Su primer pensamiento es: “¿Qué puedo hacer para resolverlo?”. La confianza en sí mismos es vital.
No son víctimas, ni victimarios. Bus- can el origen del problema, no para culpar sino para identificar una solución o una acción que fue errónea, y saber que no debe suceder otra vez. Un gran error de las personas con poca resiliencia es que comienzan a azotar mentalmente a otros.
No nos enseñan a ser resilientes. Lo más interesante es que la resiliencia es una capacidad que se puede desarrollar mucho más fácilmente. Es como un músculo que puedes ejercitar. Si aprendes bien esta rutina de pensamiento de emociones y acciones, te sorprenderán los beneficios personales que obtendrás, aquí van:
• Analiza objetivamente la situación.
• Busca soluciones. No te enfoques solo en una, piensa en distintas al- ternativas.
• No busques la solución perfecta sino aquella que se adecúe mejor ante esas circunstancias.
• Pasa a la acción. No te quedes solo en el pensamiento de “hacerlo”; hazlo.
• Evita actitudes derrotistas o culpas como: “¿Por qué a mí?” o “por su culpa estoy en esta situación”. Te hundirán más, en vez de ayudarte a salir.
• Busca apoyo. Hacer algo solo puede impedirte salir de ese bache o provocar que el dolor aumente. El apoyo emocional de otras personas facilita superar cualquier dificultad. Esto no quiere decir que quien no tiene apoyo no la supere, pero sí resulta más duro y difícil .
• No te rindas. No intentes siempre la misma fórmula, trata de distintas maneras y asimila que no siempre hay una solución ideal para los problemas. Lo mejor es encontrar la que se adapta a las circunstancias que se te han presentado.